sábado, 6 de febrero de 2021

ATILA JARTTI, TUTTI FRUTTI.

 

EL TREN DE LA MUERTE, 1993.

Cuando tuve la fortuna en un año triste de mi vida, de poder ubicar a Cacho Dinamita en La Razón de Buenos Aires donde salieron a todo color mil de las cuatro mil tiras que componen esta historieta que todavía leen en Estrella hoy y que la seguirán leyendo por varios años más, conocí al jefe de redacción de La Razón y me hice muy amigo de él, se llamaba Guillermo Cigergia, alias: Guillo.

Era un gran tipo y le encantaba la tira, nos hicimos muy amigos y en una charla me contó que ya Menem tenía arreglado el contrato para hacer correr un tren de pasajeros con un montón de vagones, coches dormitorios, choches comedor, coches cama, como corrían en otros tiempos y en otras épocas, como el serrano, el rayo del sol, etcétera.

Y que una empresa había adquirido la licencia para reponer el servicio de pasajeros entre Córdoba y Buenos Aires. Cuando “Guillo” me lo contó me quedé frio. Iban a producir cientos y miles de muertes porque las vías por donde iban a correr esos vagones no servían ni para los trenes de carga. Y solo hoy gracias a la empresa Nuevo Central Argentino están en condiciones de funcionar pero ni lejos en 1993.

Aparte de la tira, yo escribía artículos diversos que le gustaban mucho a uno de los directores, el Sr. Maddalena y al jefe de redacción de La Razón. Entre ellos un reportaje a Tito Lecture, el periodismo del interior, la vida de las provincias alejadas de Buenos Aires, etcétera. 

Cuando analicé que ese tren iba a empezar a correr en pocas semanas y que produciría un verdadero desastre, escribí un artículo conociendo perfectamente el asunto en cuestión, por ser hijo, nieto y hermano de ferroviarios y conocer muy bien la zona por donde tenía que pasar ese tren y que las vías no podían resistir el paso de semejante maquina y menos a la velocidad de 120km/h como estaba establecido que iba a correr ese hermoso tren que estuvo meses esperando turno para arrancar en Córdoba.

Mi artículo tenía este título: “El tren de la muerte”, contándole a los lectores de La Razón que ese tren iba a producir una catástrofe porque las vías no estaban en condiciones para resistir el paso de semejante cowboy.

“Guillo” se volvió loco de alegría, decía:

-         ¡Esto es una bomba!

Hasta me felicitaba por el artículo otro jefe de redacción, un barbudo con el cual nunca pude hablar porque estaba metido en un rincón lejos del resto del personal.

Me volví a Cañada como lo hacía habitualmente en colectivo y esperaba a que el comisionista me llevara a La Razón de Rosario a Cañada todos los días con la tira Cacho Dinamita y en este caso con el artículo del “Tren de la Muerte”.

Cuando me llega el Diario veo que la tira seguía saliendo bien pero el artículo no había salido ni apareció nunca.

A los quince días que era el tiempo que yo demoraba en ir a entregar las tiras coloreadas y retirar las ya usadas por el Diario, le pregunté a Guillo que había pasado con el artículo que iba a ser una bomba, que realmente iba a ser una bomba periodística.

A lo cual me llamó aparte y me dijo en voz baja:

-         Cállate José, Spadone está en el negocio. Te rompieron el artículo en mil pedazos.

Desde allí no sólo dejé de escribir en La Razón sino que comprendí muchas de las cosas que hasta ese momento ignoraba sobre nuestro país, sobre la corrupción y sobre la falta de respeto por la vida humana.

Cacho Dinamita siguió saliendo, pero yo nunca más volví a escribir un artículo para las páginas de ese Diario.