viernes, 31 de diciembre de 2021
¿Usted cree en milagros?
Por: José Antonio Ramacciotti.
Hay gente que no cree en Dios. Pero si no existiese Dios no tendrían
que existir los milagros. Tengo que hablar otra vez en primera
persona, que es algo que no me gusta pero que en este caso tengo que
hacer porque los milagros tuvieron mucho que ver conmigo y todavía
tienen…
Y no ocurren solo conmigo, la gente no piensa, no analiza y no
reflexiona todo lo que vive, como lo vive, porque lo vive, todas las
cosas que le pasan, como le pasan y porque le pasan. Y no se dan
cuenta de que estamos rodeados de milagros, todos los días. Pero estos
muchas veces pasan desapercibidos.
Voy a contarles una serie de milagros que me pasaron a mí, no quiero
que crean que estos son cuentos, ni quiero hacer creer a mis lectores
que estoy inventando estos milagros.
Empecemos:
Dicen que nací muerto y que el llanto, los gritos y las peticiones de mi
abuela paterna a San Antonio me devolvieron la vida.
Un tren me atropelló de frente en Rosario y me arrastró 64 metros
arriba de las vías, con ocho costillas quebradas y el pulmón izquierdo
lleno de sangre, aquí estoy.
Luego, en el Sanatorio Británico de Rosario, de donde por conflictos
sentimentales escapé con medio pulmón lleno de sangre firmando un
papel y el sanatorio me dio a firmar porque yo no estaba en
condiciones de irme. Ese es otro milagro.
Que me haya bajado de un avión un día antes de que saliera porque en
Corrientes hacía mucho calor y preferí venirme en un colectivo con
aire acondicionado a Cañada de Gómez cuando estaba allá
representando a los Dijes en los carnavales correntinos y que ese
avión donde yo iba a viajar al día siguiente tuviera un accidente y se
hiciera añicos no quedando ni un solo sobreviviente ¿Acaso ese no es
otro milagro?
A parte de otros milagros, como por ejemplo encontrarme con la
compañera que tengo hoy en mi vida, Liliana Juana Costa.
Y este milagro con el finalizo este artículo:
Con Liliana, en mi Toyota Célica, nos la pasábamos viajando por todo
el país, sin ningún problema. En uno de esos viajes a Carlos Paz bajo
una lluvia torrencial durante todo el viaje, entrando a Córdoba por la
gran cantidad de agua que habia le erré en una calle y empecé a ver
que el agua subía y subía hasta atraparme el capot de la fiel Célica. La
correntada movía el auto porque era muchísima el agua que habia en
el camino pero la Célica no paró de andar y siguió caminando y
caminando mientras fui rezando un poco con el pánico de mi mujer al
lado hasta que de a poco fuimos viendo que bajaba el agua,
empezamos a ver el capot de la Toyota y pudimos salir a la ruta que
nos conducía a Carlos Paz sin un solo problema mecánico en el auto,
eso sí. Al día siguiente descubrimos que no funcionaba la bocina, lo
llevamos a un mecánico y nos dijo que se podía cambiar pero que no
tenía repuesto, esa bocina ya estaba a inutilizada y anduvimos sin
bocina durante meses.
Todos los domingos mi amigo, “Toto” Roberto Dora de Casilda me
invitaba a almorzar con su familia, un domingo estando allá se largó
una gran lluvia, lo que me obligó a volver por Roldán a Cañada de
Gómez, luego de la comida. Antes no estaba la ruta que hay hoy y que
une Carcarañá con Casilda. Yo viajaba siempre a 120 km/h con la
Célica y a esa velocidad venía desde Roldán a Cañada de Gómez
retornando de Casilda, una tarde de mucho calor luego de las lluvias y
llegando al cruce de Bustinza, que aún no estaba como está hoy, veo a
200 metros a una familia que venía de una pileta, dos mujeres con un
pareo y varios chicos. Estando a 100 metros de esa gente que esperaba
un colectivo, uno de los chicos, que habrá tenido 12 años por su
estatura, haciendo ademanes como para parar al colectivo corrió hacia
el medio de la ruta 9 y miró hacia el lugar desde el cual venía el
colectivo sin darse cuenta que atrás de él venía yo a 120 con mi Célica
que hubiese sido imposible de frenar sin volcar.
En mi desesperación toco la bocina que estaba rota desde hacía meses
(desde la inundación en Córdoba que les relaté antes) y la bocina tocó:
“¡¡¡ toooc toooc !!!”.
El grito de la madre alertó al chico que salió corriendo y yo le habré
pasado a 20 centímetros, quizá menos, los que hubiese sido una
muerte segura para el chico y quién sabe, quizás de nosotros también.
Cuando recuperé la respiración le pregunté a Lili:
- Lili, ¿vos escuchaste que sonó la bocina?
Ella pálida, desencajada por el accidente que terminó por no
producirse pero que hubiese costado la vida de ese chico y la
nuestra, me dice:
- ¡Sí! ¡Sonó la bocina!
La bocina que hacía meses no habia hecho arreglar ni cambiar,
habia sonado dos veces y salvado la vida de esa criatura y tal vez la
nuestra también.
Al día siguiente, mi mecánico electricista, Pablo de Maipe, tenía que
arreglarme la bocina cuando todavía me seguía la emoción y el
sentimiento de que funcionara después de meses como
milagrosamente había funcionado con dos bocinazos para salvar a esa
criatura.
Pablito, un viejo amigo de siempre, me dijo:
- Vos no me vas a hacer creer que esta bocina sonó, esto no anda.
Por supuesto que esta historia la conté muchas veces. En todas las
oportunidades me emociono mucho cuando la cuento y si alguien cree
que eso no fue un milagro, que lo demuestre.
Si los milagros existen, Dios existe. Lo inexplicable de este hecho sin
embargo explica que Dios existe.
Y yo, vivo dándole gracias a Dios por todo y quiero aconsejarles a mis
queridos lectores que hagan lo mismo. Nadie sabe de los milagros que
nos rodean todos los días y ni siquiera se dan cuenta…