sábado, 4 de marzo de 2017

DON SANTIAGO


CUENTO CORTO (DE CHISPAZOS 2 DE ATILA JARTTI)
Don Santiago hace muchos años que está solo. Sus 94 años se disimulaban en las buenas acciones en su cordialidad permanente, en su respeto por sus amigos aunque tenían solamente dos nietos que no estaban en la ciudad porque ya eran mayores y se habían radicado en Rosario por cuestiones de trabajo. Pero Don Santiago todas las tardes iba al club a jugar al truco con sus amigos de siempre. Antes eran torneos de cuatro pero como los torneos y los partidos de truco que eran por un vaso de vino o una gaseosa era tan atractiva que la mesa se hizo de seis. No había tarde que Don Santiago con su paso lento y su sonrisa permanente, sus bigotes blanco y su calvicie insipiente que había agrandado considerablemente su frente era uno de los primeros en llegar al club y apenas una charla de futbol y ya se ubicaban los seis en la mesa del truco que era casi una religión para esos seis amigos. Todos los días igual sábados y domingo también. Era prácticamente la única actividad del pobre viejo que ya no tenía hermanos, el ultimo falleció el año pasado su mujer hacia 10 años lo había dejado no sin antes sufrir una larga enfermedad muy dolorosa pero el viejo triste y apesadumbrado continuaba viviendo solo y aceptando cualquier invitación como un verdadero regalo para matar su aburrimiento y su tristeza. Esa tarde era lluviosa y el truco empezó un poco más tarde porque algunos muchachos de la mesa de seis vivían en caminos de tierra y demoraban un poco más en llegar al club, tomaron asiento salto a la mesa el mazo de cartas generalmente cambiaban de compañeros para no ser siempre los mismos contra los mismos y así pasaban los días las semanas hasta que una tarde uno de los jugadores dijo – hum… ¡que olor! Alguien fue al baño y dejó la puerta abierta.
-Si, yo hace un rato que lo siento.  
Antes que siguieran hablando del tema Don Santiago los interrumpe -perdonen muchachos soy yo, ya no tengo retención desde hace unos días… el médico me lo había anticipado, la incontinencia de mi esfínter ya no funciona, perdonen.
Los cinco jugadores dejaron las cartas sobre la mesa, se levantaron y se fueron al lado opuesto del salón de juego donde estaba la mesa de los jugadores de truco, hablaron con otro socio para que reemplazara  a Don Santiago y armaron la jugada en la otra punta de la sede dejándolo solo sentado a Don Santiago en la mesa con los naipes desparramados y con la tristeza en los ojos. Don Santiago llamó al mozo, le pidió que le hiciera el favor de llamarle un taxi y de darle un par de diarios viejos que necesitaba. El mozo que estaba un poco ya al tanto de lo que había pasado le trajo a Don Santiago dos o tres diarios viejos según él había pedido.  Cuando Don Santiago vio por la ventana del club de la sede que a los 10 o 15 minutos llegaba el taxi, se levantó y lentamente se dirigió a la puerta de donde no estaba tan lejos y se dirigió hacia el taxi con los diarios, se cubría la sentadera y también los usó para no ensuciarle el tapizado al taxista que lo tenía que llevar hasta su casa. Pagó Santiago el viaje en silencio, bajó y entro a su vieja casa siempre tapándose el pantalón con los diarios que le había dado el mozo del club. Se cerró la puerta después de que Don Santiago entrara a su casa y ya no se lo vio por unos cuantos días. Los hijos preguntaban a los vecinos si sabían del padre que no contestaba el teléfono y los vecinos le decían que también a ellos les llamaba la atención que hacía varios días que no lo veían. A la tarde de ese mismo día llegó el hijo mayor que tenía casi 60 años y tenía llave de la casa pero le costó entrar porque estaba la llave puesta del lado de adentro para encontrarse cuando la puerta cedió, con el triste cuadro de Don Santiago sentado en un sillón de mimbre con la cabeza gacha mirando un pequeño jardín que él regaba todas las noches mirando las estrellas como creyendo que desde arriba su mujer lo estaba mirando. Su cuerpo despedía un olor nauseabundo y nadie podía predecir si hacía dos o tres días que había fallecido en esa posición ni se supo el motivo de su muerte. Simplemente su corazón se negó a seguir latiendo. Su angustia y su dolor y su soledad, tal vez lo llevaron junto a su mujer que él tanto extrañaba. Al salir la noticia en el Diario del Pueblo del fallecimiento de Don Santiago sus compañeros de la mesa de truco fueron unánimes en sentirse culpables de ese hecho tan lamentable para todos, porque Don Santiago era de esos viejos buenos, serviciales que con su voz grave opinaba con respeto de su Newells querido de Cañada del que era hincha o se bancaba las cargadas cuando perdía Independiente. Los cinco compañeros del truco no pudieron ir a saludar el cuerpo ya descompuesto del viejo amigo, ese que en el último truco de seis habían dejado solo en la mesa y fueron a hacer otro juego en la sede.
Nadie dijo nada pero como si fuese un “mea culpa” ya no se jugó más el truco de seis, ni se habló más de Don Santiago su compañero de siempre de tantos años, se sentían avergonzados de la ultima actitud que tuvieron con aquel viejo solitario y bonachón que ni siquiera mentía jugando al truco con sus amigos.