Era una máquina de trabajar. El
doctor Luis Crossa sabía que tenía una mala enfermedad, iba a Rosario a hacerse
la quimio manejando su auto, volvía y a la tarde trabajaba en el Sanatorio de
Cañada de Gómez del cual era uno de los dueños. Luego de dos o tres
operaciones, él no confiaba mucho en su futuro. Cuando un día pedimos turno
para atendernos con él, como lo hacíamos habitualmente, nos dijeron en el
Regional que el doctor no atendía porque estaba enfermo. Por otro lado,
conocimos la triste noticia de que su enfermedad era gravísima y habia derivado
con otros problemas. Él vivía al lado de su celular. Tuvimos la intuición de
llamarlo porque su salud fue seguida con preocupación sincera y con oraciones a
favor de que la superara de miles de personas en Cañada de Gómez. Me sorprendió
que me contestara y se produjo este diálogo:
-¿Cómo estás Luis?...
-Peleando José. Pero esta vez me estoy yendo.
A la mañana siguiente la ciudad
estaba revolucionada. Luisito Crossa, nuestro doctor de cabecera, muy amigo de
todo el mundo, había fallecido. Se estaba yendo como él decía el día anterior.
¿Qué hay que hacer en casos como
este? Uno se desorienta… ¿Llorar? ¿Patear las paredes de bronca?
Sencillamente, creer en Dios y
que todas las almas como las de Luis deben tener en la otra dimensión después
de la muerte, con seguridad, algún premio especial en el más allá.
Seguimos llorándote Luisito.
EL DIRECTOR.