sábado, 16 de mayo de 2020

UN VIRUS TAN CHIQUITO Y TAN PODEROSO.




Si antes de la invasión del coronavirus alguien hubiese arriesgado una opinión en el sentido de que un virus muy chico e invisible a la vista humana iba a paralizar el mundo de la forma en que lo paralizo desde hace 2 meses a casi todas las naciones del globo y le haya costado cientos de miles de muertos y millones de enfermos, contagiados e infectados, nadie lo hubiese creído.
¿Puede ser un castigo de Dios? Puede…
Que fuera un ataque genocida de los países fanáticos que no tienen ningún problema en inmolarse por una idea política y/o religiosa sin pestañear, todo sería muy difícil de aceptar.
¡La gente se está enfermando! Se está desacostumbrando de trabajar. La gente está cansada de “descansar”, pero de una u otra forma, los daños que el COVID-19 le ocasiona al hombre hoy, no hay cifras en dólares ni en euros capaz de explicar cuanto le ha costado al mundo y a la humanidad este castigo de Dios o de quién sabe quien…
Hay cosas demasiado evidentes como para que creamos que fue un accidente o un hecho natural.
Al ver ya esta semana abiertos a casi todos los negocios y comercios que estuvieron cerrados por la cuarentena y el aislamiento, encarados por la mayoría de los países del mundo, y poco a poco imitada por el resto, tapando con una túnica negra todas las cosas hermosas que tiene este mundo y de las que hoy, no puede gozar.

EL DIRECTOR