sábado, 15 de agosto de 2020

ATILA JARTTI, TUTTI FRUTTI.

 

El milagro fue una constante.

Este material compone mi libro “Chispazos” donde le explicamos a la gente todas las cosas vividas por este anciano que no se siente anciano, que va cumplir 85 años con muchas ganas de seguir trabajando y sirviendo a la gente, especialmente a la gente de Estrella.

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Hay gente que no cree en Dios. Para mi seria una infamia imperdonable porque he estado rodeado de milagros desde que nací muerto y los gritos de mi abuela paterna a San Antonio me hicieron toser cuando estaba ya tirado sobre una toalla como un despojo y el médico partero había renunciado a hacerme llorar con sus chirlos como es habitual en todos los nacimientos. No le voy a quitar la primicia a otras 5 o 6 circunstancias donde pude comprobar la existencia de los milagros y naturalmente, de Dios. Esto que les voy a contar ahora lo publique hace más de 20 años en Estrella y como todas las cosas importantes que cuento sobre mí, solo cuento las que tienen un testigo como mínimo. Y de este milagro puede dar fe mi querida mujer Liliana Juana Costa otro de esos milagros que apareció en mi vida cuando estaba al borde de suicidio.

Les pido perdón una vez más por tener que contar esto en primera persona, pero no hay otra manera de hacerlo.

 

Hace más de 20 años en un viaje hacia Carlos Paz donde iba a utilizar hoteles que no me cobraban  porque hacían canjes con la publicidad y la propaganda de este diario, llegando a la Docta, me metí con mi Célica 81 y me equivoque al entrar a Córdoba y me metí por una zona baja que estaba inundada, vi que el agua subía poco a poco y que había autos parados, chatas y otros vehículos que ya habían sucumbido al agua, pero mi Célica seguía andando ante la desesperación de Liliana y el agua ya llegaba al parabrisas.

La noble Célica sufría sacudones cuando cruzaba las calles por donde bajaba el agua más rápido pero al pasar las boca calles el agua dejaba de sacudirnos y así fue bajando el nivel hasta que súbitamente vimos el pavimento y respiramos profundamente, fuimos a Carlos Paz y al día siguiente notamos que no andaba la bocina, deducimos que el agua la había inutilizado y no nos equivocamos.

Como mínimo 3 meses anduve sin bocina, y fiel a un estilo del que no estoy orgulloso, todos los días pensaba: “mañana la llevo a arreglar”.

Casi todos los domingos al medio día íbamos a almorzar del Toto Dora en Casilda, un entrañable amigo que compartía los almuerzos de los domingos con toda su familia incluyendo a su primera esposa y a su segunda esposa, Susana Montevidoni de Cañada de Gómez y con la que tuvo dos hermosas hijas. Todavía vivía la madre del Toto, una turca maravillosa y estaban también en ese almuerzo los hermanos del “Turco” como le decían al Toto.

Por las grandes lluvias tuvimos que volver por donde fuimos, por Roldan ya que aun no estaba hecha la ruta Carcarañá-Casilda y volviendo a Cañada cerca del cruce de Bustinza donde aun no estaba el área industrial de Cañada de Gómez, una mujer y cinco chicos esperaban al colectivo que venía de Cañada de Gómez e iba hacia Rosario por la ruta 9. Recuerdo que la mujer tenía una malla y arriba un pareo que flameaba por el viento que había, yo venía a mas de 120 y como era mi costumbre siempre voy por el medio de la ruta cuando ha llovido y hay poco transito por temor a tocar la banquina con barro y tener un accidente como tantos en esos días lluviosos. La mujer y los cinco chicos miraban hacia Cañada de Gómez y yo venía a 120 desde Roldan cuando uno de los chicos que habrá tenido 5 o 10 años entra corriendo a la ruta haciendo señas con los brazos en alto al colectivo que venía lejos para que pare, lo vi a 100, no era imposible tratar de embestirlo, toque la bocina 2 veces, pab, pab, la mujer miro para el lado de Rosario y manoteo al hijo que estaba en el medio de la ruta y le habré pasado a 10 centímetros gracias a la actitud de esa mujer. Cuando me volvió el alma al cuerpo, le pregunte a Liliana: ¿Vos sentiste la bocina? Si, dos veces, ¿La hiciste arreglar? Yo le conteste que no y quise insistir pero la bocina estaba muda y siguió muda por varios días más hasta que un querido amigo electricista de autos, Pablo Marinelli me la cambio y no me creyó jamás que esa bocina en ese estado podría haber sonado dos veces en esa fecha que para mí en este momento sería una fecha trágica y tristemente recordada.

Creo que allí comprendí definitivamente que todos los milagros que me habían ocurrido no fueron producto de la suerte, de la casualidad y del azar.

Allí Dios me demostró una vez más que existe.