viernes, 27 de enero de 2017

NUESTRA CALLE ANGOSTA Y DE UNA VEREDA SOLA

   Por Gerardo Álvarez

Sabido es que una conocida callejuela de la ciudad de Villa Mercedes inspiró a J. A. Zavala, Zavalita, la conocida canción cuyo popular estribillo, «Calle angosta, calle angosta, la de una vereda sola...», constituye un modelo de síntesis expresiva, ya que con sólo un par de datos, su escaso ancho por un lado y la ausencia de una de las dos veredas habituales por otro, el autor nos ayuda a figurárnosla como si verdaderamente la hubiésemos recorrido alguna vez. Esa calle tuvo su razón de ser en la génesis ferroviaria de la citada ciudad puntana, tan similar a la de tantas poblaciones que, como la nuestra, también surgieron en las cercanías de las estaciones de las extensas líneasque empresas extranjeras, generalmente inglesas y a veces francesas, y en ciertos casos  el propio estado, tendieron por todo el país. Y el verdadero carácter fundacional que el ferrocarril tuvo para esos pueblos hasta determinó que las fachadas de las casas edificadas en las manzanas linderas a las vías se orientaran hacia ellas, que por entonces constituían el núcleo vital y también el nervio motriz del módico acaecer lugareño de dichos poblados.

Cañada también tuvo en sus comienzos una calle angosta, cuyas pocas construcciones se levantaron a sólo unos quince metros de las vías del Central Argentino y cuya única vereda se ceñía naturalmente, como en la de Villa Mercedes, a las edificaciones, tapiales o alambrados que iban dibujando el humilde paisaje urbano que la caracterizaba. Ella debió surgir de manera espontánea, porque su trazado no figuraba en el plano original del pueblo, y seguramente debido a que algunos propietarios –como ya se ha expresado– optaron por levantar sus casas dando la espalda al boulevard Guido, ahora López, que razonablemente debía ser el frente de esos lotes, orientándolas hacia el Ferrocarril, como consecuencia de la comprensible atracción que los trenes ejercieron sobre los esforzados pioneros del Cañada del último tercio del siglo XIX. Y baste para apreciar dicho valor simbólico –en ese tiempo en que parecía que el progreso no tendría límite definido– con recordar que cuándo Edmundo D’Amicis, el sensitivo autor de Corazón, visitó hacia 1884 las prósperas colonias de la Pampa Gringa, supuso que el acompasado y monótono andar de los trenes cargados de cereales con destino a puerto repetía, machaconamente, algo así como «Trigo, plata, plata, trigo, trigo, plata, plata trigo...».

Nuestra calle angosta y de una vereda sola se encontraba, entonces,  en el Barrio Sur y su breve recorrido comenzaba en la arteria que por entonces se llamaba de la Estación y ahora Edison. La esquina que ambas trazaban todavía es evocada por muchos cañadenses con cierta nostalgia, porque allí estuvo ubicado el famoso boliche La Bronca, que hacia 1913 era propiedad de Tomás Agú, cuyo edificio, de líneas clásicas, adornaban elegantes balaustres, molduras y capiteles, uno de los cuales se conserva en el Museo Histórico Municipal. Tiene sentido aclarar también que, durante los años veinte en ese local estuvo el almacén y despacho de bebidas de Conni y Tamborini, el que después, durante los treinta, pasó a manos de un señor de apellido Brun y en las dos décadas siguientes perteneció a José Carassai.

 Demolida hace años la esquina de La Bronca, sólo una envejecida construcción testimonia lo que pudo ser el perfil de nuestra calle angosta, y se encuentra en la esquina que ella formaba con Ovidio Lagos, antes calle Quito, la que perteneció en la primera década del siglo XX a Juan Schnoz y fue luego alquilada por don Amado Borraz, propietario del lote lindero donde tenía su aserradero a vapor y corralón de carruaje. Esa casa, que sobrevive desocupada, pertenece ahora a la familia Ridiero.

Si desde esta antigua esquina se retorna hacia la Estación, junto a las vías, transitando lo que fue nuestra calle angosta, se advierten aún antiguas construcciones del molino que tenía Guillermo Winters en Quito y Guido,
 Es decir Ovidio Lagos, y López, cuyos fondos lindaban con la calle angosta. Y una veintena de metros antes de llegar a Concepción se aprecia el baldío donde desde fines del s. XIX se levantaba una casa en la que tuvo su asiento la sede policial de Cañada, denominada entonces Jefatura Política del Departamento Iriondo, en cuya fachada podían leerse las iniciales «FB» en la reja de su puerta, que como era costumbre entonces individualizaban a su propietario, don Francisco Bardone, quien la construyó. Allí tuvo su despacho, entre 1906 y 1910, uno de los jefes políticos más recordados, Primo Bellotti, cuya gestión fue caracterizada por nuestro cronista local don Elías Bertola en sus Apuntes como «Jefatura democrática», tras lo cual no dejó de reconocer que ese funcionario fue quien «… se esmeró activamente con motivo de los preparativos para las fiestas del Centenario» y se ocupó entre otras cosas de que se erigiera en la plaza el monumento al general San Martín.

Y por último, junto a ella, hasta hace algunos años se encontraba una tercera casa en la esquina de Concepción y lo que fue nuestra calle angosta, lamentablemente ya demolida,de la que sólo quedan en pie tramos de sus paredes interiores, la que fuera construida algo después de 1870 por el albañil Domingo Ceresa para don Nicolás Martelli, que tenía un modesto negocio de ramos generales. Se sabe que residió en ella la familia de Juan Seghetti, quien por el treinta se ocupaba de carnear cerdos y más tarde tuvo panadería, y que allí alquilaron habitaciones don Francisco Giménez, quien fue juez de paz y primer bibliotecario de la Rivadavia al momento de su fundación, en 1920,  cuando la entidad estaba instalada en la calle de la Estación nº 62, ahora Félix Pagani, a quien siendo niña trató en ella Amelia Chiarlone, que viviera en Cañada de Gómez hasta mediados de la década de 1930 y luego residiera en Roldán, quien lo evocó como un señor «… moreno, bajo, más bien delgado, con lentes y muy serio, pero atentísimo...».Y también supo recordarloGoritziaPiccinini, para quien «era un viejito que le daba un perfil especial a la Biblioteca, estaba ahí, siempre silencioso, se paseaba y controlaba todo mientras nosotros, como adolescentes que éramos conversábamos por lo bajo y nos reíamos.»

Durante años también residió en esa casona, que con el tiempo devino en inquilinato,el en sus tiempos popular Romerito el Cartero, quien después lo hizo la mayor parte de su vida en la que fuera estación de servicio edificada por don AbelStockle en la esquina de Edison y boulevard Guido, cuando se pensaba que por allí pasaría la Ruta 9. Y algún memorioso vecino del Barrio Sur debe recordar que allí vivió algún tiempo una mujer para nada agraciada, a la que supieron apodar La Loba, y que tambiénse alojó en ella una chica, Miriam, que noviabacon un ferroviario, motivo por el cual algunas veces el tren detenía su marcha para que ella  recibiese flores o algún obsequio del maquinista enamorado...

Hace años, José Luis Tapia, el tan simpático, cordial y recordado encargado de Watermann, prolijo negocio de ropa para hombres de Galería Mario que hace algún tiempo falleció en Buenos Aires, me dijo que don Carlos Zamatti, inolvidable casero de la Maestranza Municipal, supo comentarle que en calle Concepción había un paso a nivel por el que se desplazaba un tránsito bastante considerable, el que fue clausurado por el Central Argentino hacia 1932, durante la intendencia de Luis Dalledonne, lo que determinó que pronto la gente dejara de transitar por ella que, desde entonces, sólo sirvió para que jugaran los chicos del barrio… Y ahora, otro amigo, Horacio Bessone, me hizo llegar muy oportunamente una muy sensitiva nota en la que el periodista de La Nación Pablo Giannera escribió que «un ejercicio para poner en escena la nostalgia consiste en obligarse al recuerdo preciso de los cambios de una ciudad» o mejor de lo que «había en cada lugar justamente antes de los cambios». Hacer ese ejercicio en la calle angosta y de una vereda sola no ha sido fácil, porque ya casi no queda nada de ella, porque nunca abundaron en ella las construcciones y porque el abandono y la desolación, además de las malezas que se han enseñoreado en el lugar, acrecientan la melancolía de tiempos que, lamentablemente, al menos para ella y para el trechoinicial de Concepción fueron mejores. ..

Resta decir que no ha sido tarea fácil la reconstrucción de la lejana y módica historia de esa callejuela, que al parecer se terminaba en Valparaíso, porque ya no existen ni el paso a nivel ni su barrera, ni la casa de mercachifle que según Bertola tuvo Martelli, ni los hambrientos juntadores de maíz que se descolgaban de los cansinos trenes de carga para confortarse en el mítico boliche La Bronca, ni el comisarioBellotti con sus milicos, ni don Seghetti, su hija la Coca ni sus inquilinos, ni tampoco las  populares mujeres que por allí vivieron y aureolaron el barrio con sus apasionadas o fugaces historias de amor, como la de Miriam, aquella chica querendona que recibía flores de un maquinista enamorado que, a tal efecto, detenía el tren al llegar al paso a nivel que unía Moreno y Concepción, junto a nuestra calle angosta y de una vereda sola ...