sábado, 25 de marzo de 2017

A 41 AÑOS: NI PERDÒN NI OLVIDO...(*)

COLABORACIÒN para el diario «ESTRELLA de la mañana»

Reflexiones sobre temas de Derechos Humanos.

Aquél 25 de junio de 1978 amaneció gris y frío. También amaneció con mucha ansiedad en los hogares y en las calles: la selección de fútbol representativa de nuestro país jugaría esa tarde con su par de Holanda por la final de la Copa del Mundo. El partido fue emocionante, histórico, particular. Como todos recordamos ganamos por tres goles a uno, y cuando terminó y llegó el momento de la premiación muchos no entendieron porqué el magistral defensor de aquél equipo, Jorge Olguín, se negó a extenderle la mano al asesino Videla. El pueblo, con la algarabía del triunfo y deseoso de un poco de alegría, salió a las calles a festejar, dejando de lado la dimensión de algo que muchos, por una cuestión de edad, no podíamos saber, otros no quisieron ver, y tantos otros prefirieron avalar. Es que hacía ya algunos años que la Argentina estaba viviendo la pesadilla más terrible de la que tenga memoria en su vida como Nación. El huevo de la serpiente había sido engendrado unos años antes, en 1973, con la creación de la tristemente célebre «Triple A», organizada y conducida por el macabro José López Rega, «el brujo» como lo llamaban, un cabo de policía devenido en ministro de Bienestar Social, para perseguir y asesinar a dirigentes y militantes opositores, dando comienzo al terrorismo de estado en nuestro país. Empezaron los atentados y los crímenes. El 21 de noviembre de 1973 un explosivo hizo estallar el auto de Hipólito Solari Hirigoyen en un garaje de la ciudad de Buenos Aires, en lo que se registra como la primera aparición pública del grupo terrorista comandada por «el brujo». Luego, los asesinatos del padre Carlos Mujica después de celebrar misa en los suburbios de Bs. As., del diputado nacional Rodolfo Ortega Peña, del abogado de presos políticos Alfredo Curutchet, y del periodista Pedro Leopoldo Barraza, todos durante 1974, y sólo por mencionar los más resonantes. El accionar de la organización asesina se extendió rápidamente, llegando también a nuestra provincia de Santa Fe, con los crímenes del dirigente Constantino Razzetti, de las colegas de la ciudad capital Marta Zamaro y Nilsa Urquía, y de los dirigentes Jorge Ernesto Araya y Pedro José Martínez. También son recordados, por su crueldad y ensañamiento, el secuestro y posterior matanza del abogado Felipe Rodríguez Araya y del procurador Eduardo Luis Lescano, en la madrugada del 30 de noviembre de 1975. Todos con el sello indeleble de los grupos de tareas de la organización terrorista, y a la luz del decreto de «aniquilar la subversión» dictado por «isabelita». El país estaba sumergido en una escalada de violencia que no parecía tener límites.
El golpe se descargó, como sabemos, el 24 de marzo de 1976; otra vez «el Régimen», otra vez «los salvadores de la Patria», pero ahora con nuevas siniestras intenciones y con métodos que resucitaban y mejoraban las experiencias del nazismo. Se procedió a la militarización y al disciplinamiento de todos los sectores de la sociedad. Mientras se liquidaba el Estado de Bienestar, destruyendo la economía interna, se montó un feroz aparato represivo encabezado por las tres fuerzas armadas secundadas por las fuerzas de seguridad, también militarizadas. Se instauró el exterminio masivo, mediante la desaparición forzada de personas,  su detención en campos de concentración, torturas y asesinatos, y robo de bebés, todo en cumplimiento de un plan sistemáticamente organizado y cruelmente ejecutado. Todo está guardado en la memoria. Porque todavía quedan algunos malnacidos que hablan de «guerra sucia», reivindicando y haciéndose cómplices de todo aquel horror. Me pregunto: ¿Qué guerra peleaban los chicos que reclamaban por el medio boleto estudiantil, y que fueron secuestrados, torturados y desaparecidos en lo que se recuerda como «La noche de los lápices»?; ¿en qué guerra estaban los abogados que defendían los derechos de los trabajadores y los de presos políticos, que fueron desaparecidos en La Plata?; ¿qué guerra luchaba Analía Minetti, una empleada municipal de Rosario de 21 años, que al salir a tomar un helado fue secuestrada y desaparecida, y cuyos restos se encontraron recientemente en una fosa común en La Piedad?; ¿en qué guerra estaba la profesora de Cañada de Gómez Fany Giordano, que por pensar mejor y distinto, y enseñar lo que pensaba, fue secuestrada y asesinada?; ¿cuál guerra peleaban 30.000 desaparecidos que soñaban con un país mejor, con trabajo digno, en paz, y con igualdad de derechos para todos?. No, no fue una guerra, fue un plan orquestado de aniquilamiento de personas y de destrucción del tejido social y de la economía. Por todo eso, ni perdón ni olvido para los genocidas, ni perdón ni olvido para tanta ignominia, ni perdón ni olvido para tanto dolor...
Con el retorno a la Democracia, en 1983, y la firme voluntad del gobierno de Raúl Alfonsín, se comenzó a hacer Justicia, en un proceso judicial histórico, que registra como único antecedente similar el de los Juicios de Nüremberg. Con muchos avances y retrocesos, con la anulación de las leyes de impunidad, en la actualidad los juicios por la Verdad y la Memoria continúan. Los represores y genocidas tienen que saber que no van a escapar de la Justicia, tienen que saber que no va a quedar uno solo sin ser juzgado y condenado. No importa el tiempo que lleve, porque la única manera de tener paz es realizar la Justicia.
En el epílogo del Juicio a las Juntas, aquél gran hombre y mejor fiscal que lo presidió, el doctor Julio César Strassera, cerraba ese memorable alegato diciendo. «Señores Jueces: deseo renunciar a toda pretensión de originalidad en el cierre de ésta requisitoria, y decir algo que no me pertenece, porque le pertenece ya a todo el pueblo argentino; Señores Jueces: NUNCA MÁS !. Hoy, hago mías aquellas palabras.-
Dr. Adrián L. Bergesio
adrianlbergesio@yahoo.com.ar

(*) A la memoria de mis once compañeros de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar