sábado, 23 de enero de 2021

ATILA JARTTI, TUTTI FRUTTI.

Carlos Castellani “El Indio” como se lo llamaba de chico cuando calzaba la casaca de Sportivo, está en un muy buen momento industrial y empresarial. Pese a la pandemia son muchas las industrias, las fábricas y las empresas que han mantenido su nivel y no han tenido ni que cerrar ni reducir personal porque la marcha del establecimiento siguió igual.

También, podríamos decir que Baiml está vendiendo más que nunca, sigue agregando espacios a su fábrica e industria y mejorando el nivel, la calidad y la cantidad de la producción estando considerada su fábrica e industria como uno de las mejores a nivel nacional y mundial en la producción de faros para transportes y vehículos de carga.

Eldo Omar Mosconi y sus hijos también siguen igual que Castellani y Baiml, siendo líderes en el rubro madera y muebles tanto a nivel local como a nivel provincial y nacional.

No son los únicos pero los mostramos como ejemplos como para que todo el mundo no crea que estamos todos fundidos, hundidos, quebrados y sin futuro.

Es más, Argentina ya está remontando está crisis nacional y mundial.

Hay un hecho histórico de mi vida y de este diario muy poco conocido y lo cuento porque quizás ese día, el de la anécdota que contaré, pudo haber sido el final de un sueño.

Habíamos conseguido el dinero para comprar en una vieja imprenta de calle Lima en Buenos Aires que cerraba porque su dueño cumplía 80 años y no quería seguir trabajando, en un gesto que no olvidaremos del señor Juan Canals, el dueño de esa imprenta que había trabajado por 60 años en el mismo lugar y haciendo como hacen todos, ampliando y agrandando de a poco, la primer imprentita que tuvo, llegando a tener una de las grandes imprentas porteñas.

En el primer viaje que hice tuve una larga charla con el viejo Juan Canals al cual se ve que le caí bien primero por la forma en que me hablaba y después por la financiación que me iba a dar para que me llevara de su imprenta una plana Johannisberg enorme con una impresión de 129 x 86, cuando la medida oficial más grande que tenían las maquinas de aquel entonces eran de 120 x 82, tenía pliego automático, ósea que era una maquina ideal para nuestro trabajo, en una sola pasada imprimía las 20 páginas de la revista luego se invertía el papel y se invertía de nuevo y quedaban todas las páginas impresas, lo cual era ideal para nosotros en aquel momento. Una guillotina automática y una linotipo modelo 3 con 8 juegos de matrices que valían una fortuna y el viejo me las daba a precio regalo porque no quería saber más nada con la imprenta, tuve esa gran suerte.

Volví a Cañada loco de alegría, emoción, entusiasmo y felicidad, ya tenía casi toda la imprenta armada más la que le había comprado a Don José Gil Martínez que gracias a ser contratado por Estrella impidió que le remataran su pequeña imprenta que tenía todo lo que tiene que tener una imprenta.

Un amigo de Villa Eloisa nos dio un gran préstamo y conseguimos algunos otros pesos que nos prestaron amigos a los cuales se les fue devolviendo en cuotas el préstamo que completaba el dinero que yo necesitaba para ir a llevarle a Juan Canals.

Volví a viajar pero en esta oportunidad, me hice acompañar por mi padre, Leopoldo Audano y Roberto Bernasconi. Y allá fuimos, a Buenos Aires en el Reno Doupine que me había dado en canje de publicidad y propaganda Duillo Pelaggage porque ya la Revista Estrella le había dado buenos resultados con la publicidad.

Llegamos a Buenos Aires con un portafolio negro lleno de plata pero era temprano para ir de Juan Canals a cerrar la operación, bajamos en la Avenida 9 de Julio donde en ese entonces los autos estacionaban en los costados de ambas manos, ida y vuelta, de la avenida.

Íbamos tan entusiasmados y contentos hablando con Bernasconi, Audano y mi padre, que a 150 metros del lugar donde fuimos buscando un bar para desayunar, me doy cuenta de que no tengo el portafolio, me lo había olvidado arriba del techo del auto. Apenas me percate y me di cuenta, volví con el corazón en la boca, corriendo con todo y cuando vi desde 50 metros que el portafolio todavía estaba arriba del techo de mi auto, acelere más todavía, llegue casi muerto a abrazar el portafolio que tenía la fundación del taller propio de la Revista Estrella.

No tuvieron que decirme: ¡Que pelotudo!

Porque yo me lo repetía yo permanentemente, a los gritos y con culpa. En ese día podría haber terminado la historia de la Revista Estrella que salía en ese momento y no hubiese llegado a existir este diario y vaya a saber cómo habría terminado yo. Pero San Antonio no solamente me salvó de la muerte cuando nací sino que me salvó la vida en muchas ocasiones y esta fue una de las más importantes.

Desayunamos, volvimos al auto y hace 60 años frente al viejito Canals cerramos el contrato por la compra de la imprenta. El viejo entusiasmado porque estaba cansado de trabajar, nos regaló tipos, muebles para guardar esos tipos, letras grandes para hacer carteles, juegos de matrices de linotipos que eran carísimas y ese fue el día en que podríamos decir nosotros, nació Diario Estrella de la Mañana, aunque en aquel tiempo todavía era la Revista Estrella.

Aunque lo triste de todo esto tuvo que ver con la muerte de Juan Canals, 10 días después por un infarto en un ascensor, era tan bueno, simpático y gentil y me quería tanto que realmente fue una gran pérdida para mí.

Me doy cuenta de cómo se habrá sentido porque ahora tengo 85 años y a veces me siento igual…

Una de las frustraciones mayores que tuvimos nosotros en nuestros primeros tiempos fue esta:

Habíamos puesto a 8 chicas buenas y capaces, a aprender el arte de la imprenta.

El Maestro que les enseñaba era Osvaldo Tramanoni de Villa Eloisa que se había recibido de linotipista en el colegio San José de Rosario.

El entusiasmo de las chicas era muy grande y el desempeño, aún más.

Hasta que un día llegan 4 tipos con un portafolio a querer cobrarnos una enorme multa porque en ese momento el trabajo de mujeres en imprenta, la parte sindical y gremial la tenía prohibida para no restarles trabajo a los hombres.

Con dolor en el alma las 8 chicas se quedaron sin trabajo porque aparte de aprender, Estrella les daba lo que hoy serían 200 pesos por día para que fueran a aprender y luego les garantizaba un puesto de trabajo en el taller.

Los sindicalistas no siempre patearon hacia el arco de los trabajadores, en el caso del Sindicato Grafico de Rosario, apuntaron mal e hicieron quedar sin trabajo a 8 lindas y buenas chicas jóvenes que necesitaban aprender y trabajar.